En Alcalá de Henares, cada paso es literatura, cada calle una escena, y cada visita una historia que espera ser escrita.
Por Ehab Soltan
HoyLunes – Cuando el viajero llega a Alcalá de Henares, no aterriza simplemente en un destino. Se adentra en un relato. Un relato donde las piedras murmuran versos, las plazas acogen duelos de ingenio, y los balcones aún recuerdan los pasos de quien imaginó a Don Quijote cabalgando por los campos de La Mancha. Aquí nació Miguel de Cervantes y, con él, la novela moderna. Pero Alcalá no se limita a evocar su gloria literaria: la reinventa, la habita y la celebra a cada paso.

A tan solo 30 kilómetros de Madrid, esta ciudad Patrimonio de la Humanidad despliega un encanto que es imposible encapsular en una postal. Se necesita caminarla, perderse bajo los soportales infinitos de su calle Mayor —la más larga de España con esta arquitectura— y descubrir en cada rincón la huella persistente del Siglo de Oro.
Desde su fundación, la Universidad de Alcalá formó intelectos: forjó una ciudad. Con ella nació la primera urbe universitaria planificada de la Edad Moderna, una «Ciudad del Saber» que, siglos después, sigue seduciendo por la solemnidad de sus patios, la armonía de sus cloisteres y el alma mudéjar que se cuela por los techos del Paraninfo. Allí, donde cada 23 de abril los Reyes de España entregan el Premio Cervantes, la literatura se convierte en acto ceremonial.
No hay quien se resista a detenerse en la Plaza de Cervantes, corazón vital de Alcalá, ni a retratarse con Don Quijote y Sancho Panza, inmortalizados en esculturas de bronce que reposan frente al Museo Casa Natal del autor. En su interior, se abre una ventana al siglo XVII: mobiliario, hábitos, recetas y letras que aún huelen a tinta fresca.
Y desde la Capilla del Oidor, donde se conserva la pila bautismal de Cervantes, hasta la Torre de Santa María o la de la Catedral Magistral, los mejores miradores de la ciudad, Alcalá se alza con orgullo como vigía de su pasado. No es una ciudad que recuerda: es una ciudad que vive en presente continuo.
En 1602, cuando se levantó el Corral de Comedias de Alcalá, el aplauso aún era un lenguaje naciente. Hoy, cuatro siglos después, ese mismo espacio sigue ofreciendo magia escénica entre vigas de madera y telones antiguos. Es, sin duda, uno de los teatros más antiguos y encantadores de Europa, y asistir a una representación allí es asistir a una epifanía cultural.
Pero Alcalá también conquista por el estómago. Cada bebida en sus bares viene acompañada de tapas generosas, ruidosas, deliciosas. Y si hay espacio para el dulce, basta con cruzar las puertas del Convento de San Diego y probar sus legendarias almendras garrapiñadas. El alma medieval de esta ciudad no solo se saborea: se respira.

Los que buscan experiencias únicas pueden explorar el Palacio Laredo, la antigua ciudad romana de Complutum y la sorprendente Casa Hippolytus, que revelan una Alcalá aún más antigua y misteriosa. Y al caer la noche, todo es posible: cenar bajo las bóvedas de una iglesia barroca o dormir en un Parador que fue convento y hoy es santuario de viajeros.
Cada estación en Alcalá ofrece una postal distinta: teatro clásico en verano, Mercado Cervantino en otoño, y una Navidad que transforma cada rincón en cuento de hadas iluminado. El tiempo aquí no avanza: se pliega, se recrea, se dramatiza con la belleza de lo eterno.
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